jueves, 11 de agosto de 2011

Las primeras siete vidas de Tariku

Me ha encantado este relato introductorio al concurso de relatos cortos de ABAY "Ye Etiopía hetsam" (Niños de Etiopía). Creo que refleja muy bien su realidad.

  "Cuando adoptamos a Tariku poco nos podíamos imaginar que su vida  fuera poco más de lo que podían haber sido los años que indicaba su expediente: cuatro, cuatro años que nos dijeron que había cumplido hacía ya unos meses.  Tenía un aspecto de niño escuálido, con la cabeza rapada por  la reciente tiña pasada, sus poco más de 105 centímetros y sus 15 kilos.
 Cuando comenzó a hablar nuestro idioma (a veces le habíamos oído algunas frases en un idioma que no sabíamos muy bien cual era),  fuimos averiguando su vida, su historia que luego pudimos comprobar al viajar de nuevo a Etiopía.
 En su “primera vida”  de su padre no supo nunca nada y su madre  cuando Tariku contaba con tres años, ante la desesperada situación en la que se había visto sumida tras una larga enfermedad, decidió dejarlo a cargo de sus tíos y marchó a Siria a trabajar.
Desde los cuatro a los cinco años andaba cuidando vacas en los escasos pastos de su poblado y también se dedicaba a llevarle el agua a un campesino que le pagaba un birr “de vez en cuando”, para ello caminaba varios kilómetros al día varias veces.
 Con seis años había pasado a ser guardia en un pequeño local propiedad de una cooperativa de cultivo de tezz, una suerte, porque a la vez de conseguir algo de dinero para sus tíos con los que vivía, llevaba a casa cereal para la injera, pero no tuvo suerte porque ese año no llovió y no tuvo tezz que guardar.
 Con siete años se trasladadó a vivir en un parque visitado por numerosos “farengis”  y se dedicaba a la limpieza de los coches en el aparcamiento para luego pedirles una propina a la par que vendía limones a la orilla del lago para aliñar  las deliciosas tilapias pescadas al amanecer.
 Con ocho años vivía en la ciudad, mendigando entre incluso los que eran más pobres que él,  pasando al poco tiempo a ser “guía turístico”; había aprendido algunas palabrejas en castellano por un tío etiopecubano y se dedicaba a llamar la atención con un “¡¡hola caracola!!”, para luego acompañar a los que le hacían caso y además de pedirles una propina sentarse a tomar con ellos un refrescante mirinda.
Con nueve años su tío lo llevó a un orfanato donde les dijeron que viviría en Canadá, en ¡¡América!!. De allí en muy poquito tiempo pasó a una casa toda pintada de verde, donde misteriosamente pasó a tener 5 años de nuevo pero donde al menos comía, eso sí, un día comía espaguetti y el otro arroz,  al día siguiente espaguetti y al otro de nuevo arroz.
A los poquitos días nos conoció a nosotros y empezó su séptima vida y nosotros comenzamos la mejor parte de la nuestra.
 Texto: Paco Carrión.       
Fotografía: Ais Fotógrafos

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